miércoles, 7 de mayo de 2008

de vuelta

Después de un tiempo ausente en EEUU para recoger a mi nuevo amigo y compañero, vuelvo a la carga con este espacio que tanto me gusta. Para quien no lo sepa diré que por fin me han dado un perro guía, se llama Vegas y es precioso tanto por fuera como por dentro.
Hoy he recibido esto en mi bandeja de entrada y me gustaría compartirlo con vosotros... impresionante.
Hasta mi próxima entrada.


Fernando Orden Rueda 2º de Bachillerato, de Ciencias de la Salud. IES Bioclimático, de Badajoz. II Premio del II Concurso Nacional 'Carta a un maltratador',
convocado por la Asociación 'Juntos contra la violencia doméstica'  

Para ti, cabrón: Porque lo eres, porque la has humillado, porque la has menospreciado, porque la has golpeado, abofeteado, escupido, insultado... porque
la has maltratado. ¿Por qué la maltratas? Dices que es su culpa, ¿verdad? Que es ella la que te saca de tus casillas, siempre contradiciendo y exigiendo
dinero para cosas innecesarias o que detestas: detergente, bayetas, verduras... Es entonces, en medio de una discusión cuando tú, con tu 'método de disciplina'
intentas educarla, para que aprenda. Encima lloriquea, si además vive de tu sueldo y tiene tanta suerte contigo, un hombre de ideas claras, respetable.
¿De qué se queja? 

Te lo diré: Se queja porque no vive, porque vive, pero muerta. Haces que se sienta fea, bruta, inferior, torpe... La acobardas, la empujas, le das patadas...,
patadas que yo también sufría.
Hasta aquel último día. Eran las once de la mañana y mamá  estaba sentada en el sofá, la mirada dispersa, la cara pálida, con ojeras. No había dormido
en toda la noche, como otras muchas, por miedo a que llegaras, por pánico a que aparecieses y te apeteciera follarla (hacer el amor dirías) o darle una
paliza con la que solías  esconder la impotencia de tu borrachera. Ella seguía guapa a pesar de todo y yo me había quedado tranquilo y confortable con
mis piernecitas dobladas. Ya había hecho la casa, fregado el suelo y  planchado tu ropa. De repente, suena la cerradura, su mirada se dirige hacia la puerta
y apareces tú: la camisa por fuera, sin corbata y ebrio. Como tantas veces. Mamá temblaba. Yo también. Ocurría casi cada día, pero no nos acostumbrábamos.
En ocasiones ella se había preguntado: ¿y si hoy se le va la mano y me mata? La pobre creía que tenía que aguantar, en el fondo pensaba en parte era culpa
suya, que tú eras bueno, le dabas un hogar y una vida y en cambio ella no conseguía hacer siempre bien lo que tú querías. Yo intentaba que ella viera cómo
eres en realidad. Se lo explicaba porque quería huir de allí, irnos los dos...Mas, desafortunadamente, no conseguí hacerme entender.  

Te acercaste y sudabas, todavía tenías ganas de fiesta. Mamá dijo que no era el momento ni la situación, suplicó que te acostases, estarías cansado. Pero
tu realidad era otra. Crees que siempre puedes hacer lo que quieres. La forzaste, le agarraste las muñecas, la empujaste y la empotraste contra la pared.
Como siempre, al final ella terminaba cediendo. Yo, a mi manera gritaba, decía: mamá no, no lo permitas. De repente me oyó. ¡Esta vez sí que no!-dijo para
adentro-, sujetó tus manos, te propinó un buen codazo y  logró escapar. Recuerdo cómo cambió tu cara en ese momento. Sorprendido, confuso, claro, porque
ella jamás se había negado a nada. 

 Me puse contento antes de tiempo. 

Porque tú no lo ibas a consentir. Era necesario el castigo para educarla. Cuando una mujer hace algo mal hay que enseñarla. Y lo que funciona  mejor es
la fuerza: puñetazo por la boca y patada por la barriga una y otra vez... 

Y sucedió. 

Mamá empezó a sangrar. Con cada golpe, yo tropezaba contra sus paredes. Agarraba su útero con mis manitas tan pequeñas todavía porque quería vivir. Salía
la sangre y yo me debilitaba. Me dolía todo y me dolía también el cuerpo de mamá. Creo que sufrí alguna rotura mientras ella caía desmayada en un charco
de sangre.  

Por ti nunca llegué a nacer. Nunca pude pronunciar la palabra mamá. Maltrataste a mi madre y me asesinaste a mí. 

Y ahora me dirijo a tí. Esta carta es  para tí, cabrón: por ella, por la que debió ser mi madre y nunca tuvo un hijo. También por mí que sólo fui un feto
a quien negaste el derecho a la vida. 

Pero en el fondo, ¿sabes?, algo me alegra. Mamá se fue. Muy triste, pero serenamente, sin violencia, te denunció y dejó que la justicia decidiera tu destino.
Y otra cosa: nunca tuve que llevar tu nombre ni llamarte papá. Ni saber que otros hijos felices de padres humanos señalaban al mío porque en el barrio
todos sabían que tú eres un maltratador. Y como todos ellos, un hombre débil. Una alimaña. Un cabrón. 

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Fuente: LA GACETA EXTREMEÑA DE LA EDUCACIÓN.