jueves, 17 de julio de 2008

Luna

Tras encontrarme ausente durante un tiempo por diversos motivos, vuelvo a la carga con un relato. Además en esta ocasión he contado con la colaboración de lo que considero toda una promesa en el mundo de la traducción e interpretación, además de una excelente persona y amiga. ¡Gracias Mónica!
Espero que os guste y que lo disfrutéis mucho.



Luna




Serían las doce de la mañana cuando llamaba al intercomunicador del piso de mi amiga Lucía.
“¿Bajas?” –pregunté en cuanto contestó.
“En cinco minutos estoy ahí” –me respondió una voz adormilada al otro extremo del hilo telefónico.
Enseguida comprendí que, como era la costumbre en mi amiga, serían mucho más de cinco minutos. En efecto, al cuarto de hora aparecía corriendo por la puerta. La verdad es que su nuevo vestido de playa rojo la favorecía bastante; una sonrisa cordial curvaba sus labios. Era una rubia de estatura similar a la mía, aunque bastante más ancha de caderas y hombros.
“ay qué ver, todavía durmiendo a esta hora”! –dije en tono de broma.
“Deja de regañarme como si fueras mi madre”
“Si fuera tu madre te habría sacado de la cama por lo menos a las nueve! ¿Qué te acostaste tarde anoche o qué?”
“Sí, Luna me tuvo al teléfono hasta las mil. En realidad no sé por qué le ha afectado tanto; Pedro era bastante aficionado a la bebida, a las drogas y a saber a qué más historias. La verdad es que no sé cómo estaban juntos todavía”
“Yo tampoco lo entiendo, pero bueno, supongo que no será tan extraño. Cuántas mujeres hay maltratadas por sus maridos y se niegan a denunciarlo”
“Sí, es verdad” –reconoció Lucía.
“Sin embargo, yo sé lo que preocupa a Luna, lo que no entiendo es por qué se sigue sintiendo tan culpable dada la clase de novio que tenía”.
“Tú lo has dicho, tenía –dijo irónicamente mi compañera. No es que me alegre de su muerte, pero tampoco puedo decir que lo sienta.
“Lo que le pasa a Luna es que se siente mal por haber estado con el chico éste que ella nos contó”.
“Pero de nada sirve preocuparse ahora, Pedro está muerto y enterrado y ahora Luna es libre de hacer lo que quiera”.
Seguimos hablando mientras recorríamos la avenida hasta la hermosa playa gaditana.
“Aquí mismo, ¿no? –dije mientras hacía amago de soltar mi mochila.
“Pero si nos ponemos ahí el agua llegará en menos de una hora” –protestó mi amiga.
“No me gustaría volver a perder otra vez la cartera mientras me baño” –repliqué yo a mi vez.
“¡Mira quien está ahí”! –exclamó de pronto Lucía.
En efecto, paseando por la orilla del mar estaba Luna. Enseguida nos vio y le hicimos señas para que se acercara.
Luna era sin lugar a dudas la más guapa de todas nosotras. De estatura similar a la mía y delicada como una flor de primavera, tenía unos ojos de color turquesa que había heredado sin duda de su padre de origen estadounidense, mientras que de su madre nacida en nuestra hermosa ciudad de Cádiz había tomado una brillante cabellera de ébano cuyas hebras bajaban lisas hasta los hombros. Su tez rica, cetrina, de color café sugería que a pesar de que nos encontrábamos a principios de verano había pasado en la playa mucho más tiempo que nosotras.
“¿Cómo es que has venido tú sola? –le pregunté. No te avisamos porque pensamos que querrías descansar”.
“Necesitaba venir y refrescarme” –Me respondió mientras se tumbaba en la arena.
Tanto Lucía como yo procuramos no nombrarle la extraña y repentina muerte de su novio, por lo cual la conversación se tornó liviana y agradable. De pronto sonó el móvil de Luna.
“No pasa nada, es un mensaje” –nos contestó sin darle mayor importancia.
Cogió su mochila y sacó su teléfono. De pronto su tez perdió su tono bronceado que le era característico para tornarse blanca como el papel.
“¿Pasa algo, Luna? –preguntó Lucía alarmada. ¿Estás bien?
“no…. No lo sé….” –respondió mientras le temblaba todo el cuerpo.
Faltó un pelo para que el teléfono cayera sobre la arena; menos mal que se lo arrebaté enseguida de las manos y leí la pantalla.
En ella aparecía un mensaje de texto…. ¡de Pedro! El texto era simplemente una pregunta: “No te quedó nada por contarme?”
“Seguramente será una broma de mal gusto, tampoco te pongas así” –le dije extrañada de que se preocupara tanto.
“¿Qué pasa? –Preguntó Lucía mientras cogía el teléfono de mis manos.
Tras leerlo comentó que, tal y como yo afirmaba, debía tratarse de una broma.
Luna había permanecido extrañamente muda todo este tiempo. Sin embargo enseguida exclamó:
“¡Ninguna de vosotras entendéis nada! ¡Es imposible que se trate de una broma”!
“¡Pero cómo iba a ser de otro modo! –grité yo misma a su vez. ¿Qué pensabas que te lo iba a enviar desde el más hallá o qué?
“¡Seguís sin entender! –gritó Luna ya fuera de sí. ¡Yo no le dije antes de morir nada sobre…. Nuestro nuevo compañero de trabajo”!
“Ya, claro –dije yo. Y que él seguramente se iba a enterar, ¿no? Venga ya, seguro que alguien te ha enviado el sms desde su móvil”
“¡Lo enterraron con el teléfono”! –gritó Luna ya fuera de sí. Yo misma lo vi. Lo tenía fuertemente agarrado con las manos, sus padres hicieron lo imposible por quitárselo y no hubo manera”!

A aquella hora de la tarde la centralita parecía echar humo. Nos encontrábamos en la oficina donde trabajábamos como teleoperadoras todas nosotras, perteneciente a la compañía telefónica “yellow”, de la cual éramos clientes tanto nosotras como el fallecido novio de Luna.
“Aquí en los registros no aparece ninguna operación reciente de duplicado de tarjeta” –nos respondió nuestro compañero. ¿Por qué tenéis tanto interés en saberlo?
Luna nos había pedido encarecidamente que guardásemos silencio, sin embargo en aquel momento estuve muy tentada de contárselo. Tras la crisis de ansiedad que había sufrido nuestra compañera habíamos tenido que llevarla a su casa y meterla en la cama. Si de veras había alguien capaz de ayudarla a salir de ese estado era Pablo, el cual clicaba en ese momento en el recuadro azul que mostraba las últimas operaciones llevadas a cabo con ese número. Aquel muchacho de negro cabello y verdes ojos era el mismo que llevaba enamorado de Luna casi desde que ella entró a trabajar en la compañía y con el que mi amiga había estado últimamente a espaldas de su fallecido novio.
“Sólo qeríamos saber si alguien había tomado ya ese número porque de lo contrario quizás Luna se haga con él –respondió Lucía lanzándome una dura mirada de advertencia.
“Pues en ese caso no hay ningún problema para que lo haga enseguida –respondió Pablo. La tarjeta debería estar desactivada, no entiendo como sus familiares no lo han hecho ya”.
“¿Podrías hacerlo tú mismo ahora?” –pregunté yo súbitamente.
“Creo que sí, si el cliente está fallecido de nada sirve tenerla activa”
Volvió a concentrarse nuevamente en el ordenador. Estuvo unos minutos observando atentamente la pantalla mientras una expresión de fastidio se reflejaba en su rostro.
“¿Pasa algo?” –pregunté.
“No consigo desactivarla…. Me da un error. Según la aplicación este número se encuentra en plena actividad… Dejarme ver con más detalle…. Según la aplicación se está enviando un mensaje de texto en este mismo instante desde este número y no me lo explico. ¿No será que algún familiar esté usando el móvil de Pedro? ¿Por qué no procuráis enteraros antes de desactivar la tarjeta?”
“Supongo que habrá que preguntar” –dijo Lucía con escasa convicción. “en fin, nos iremos ya mismo. Queremos pasarnos por casa de Luna antes de que sea demasiado tarde”.
“Si os esperáis media hora a que acabe mi turno y llegue el relevo os acompaño. Mientras podéis tomaros algo en la cafetería”.
En efecto, a la media hora convenida llegaba Pablo dispuesto a venir con nosotras.
“La verdad es que todo esto ha sido una gran conmoción para todos” –comentó tras salir a la calurosa tarde de verano. ¿Cómo habéis visto a Luna”?
“Algo disgustada, pero creo que lo superará” –contestó evasivamente Lucía. “Esta mañana estuvimos con ella en la playa y luego se fue a descansar”.
“¿Puedo preguntar de qué murió Pedro”? –quiso saber Pablo.
“Es extraño –contesté sinceramente. Cuando sus padres llegaron a su casa después del trabajo se lo encontraron aparentemente inconsciente. Lo llevaron corriendo al hospital pero no pudieron hacer nada; prácticamente ingresó cadáver”.
“Muy extraño… -dijo Pablo para sí. ¿No será que se pasó con la cocaína otra vez?”
“No sé, Luna no nos dijo nada de eso, sólo que los médicos certificaron su muerte”.
Casi habíamos llegado. Justo delante del portal de mi amiga se encontraba un muchacho que me resultaba vagamente familiar, a pesar de que no podía verle la cara. De pronto se volvió y… ¡pero cómo podía ser! ¡Era imposible! Pensé que tenía un verdadero problema de visión, ya que el chico que se aparecía delante de nosotros todavía a una considerable distancia no era ni más ni menos que Pedro, el fallecido novio de nuestra amiga.
“¡No puedo creerlo! –exclamé. Parece encontrarse en perfecto estado….”
Lucía parecía pálida y desencajada. Llamó mi atención y enseguida comprendí el motivo de su preocupación: casi oculta dentro del abrigo que se había puesto a pesar de encontrarnos en verano asomaba la culata de una pistola.
Pablo parecía extrañamente mudo, seguramente pensando en cómo actuar. Por fortuna Pedro no había reparado en ninguno de nosotros, ocupado como estaba amartillando el arma. En cuanto terminó su labor levantó la vista y vio nuestras caras.
“¡Ah, eres tú”! –exclamó fuera de sí apuntando a Pablo con la pistola. Desde luego que cuando me lo dijeron no quise creerlo, pero ahora que te veo justo delante del portal de Luna no me queda ninguna duda…. ¡no tienes nada que hacer, ni aquí ni en ninguna parte”!
De pronto ahogué un grito, ya que el arma apuntaba directamente a la cabeza de Pablo.
No había tiempo que perder. Con gran destreza y habilidad, Pablo agarró del cuello a su oponente dominándolo con su estatura.
“Suelta ahora mismo esa pistola, si no quieres que te ahorque aquí mismo y ahora” –amenazó sin vacilación.
La bebida que seguramente había ingerido Pedro antes de venir seguramente le impedía calcular la magnitud de lo que le decían, no obstante dejó caer la pistola al suelo.
“Eso está mejor –continuó Pablo en su tono más mordaz. Y ahora explícame cómo es que te encuentras aquí, habiendo sido ayer tu funeral… ¡y con una pistola delante del portal de Luna”!
“Bien, bien…. Te lo explicaré…. ¡si me dejas! ¿De verdad no lo adivinas?... Esos incompetentes no se dieron ni cuenta…. Yo tenía una catalepsia… ¡me enterraron vivo! ¿Sabes lo que significa despertarte dentro de un ataúd? Por fortuna tenía el teléfono móvil y pude llamar a alguien para que me sacara de ahí.”
No daba crédito a mis oídos, sin embargo era cierto. ¡Pedro estaba vivo, después de que yo misma había visto sepultar su cuerpo el día anterior!
“¿Y se puede saber qué hacías aquí con una pistola?” –demandó Pablo imperturbable en apariencia.
“¡Ejecutar mi venganza! ¡Hacer lo correcto! Le envié un sms… le dije que lo sabía todo…. No el hecho de que estaba vivo… y le dije que me tenía que llevar a alguno de los dos… ella eligió sacrificar su vida para que tú siguieras en este mundo…. ¡aun sin merecerlo, porque no es así! ¡Todo esto ha sido por tu culpa! ¡Tú me la robaste!
Aquellos muchachos parecieron perder el poco control que habían podido mantener hasta ahora, ya que la pelea pareció ser cada vez más violenta. Ya me disponía a llamar a la policía cuando vi que Pedro volvía a tomar la pistola… Trató de asesinar a su oponente, pero su estado le impedía apuntar correctamente. De pronto oímos un ensordecedor disparo.
Las rodillas de Pedro comenzaron a doblarse y un chorro de sangre manaba de su cuello…. Seguramente se había disparado él mismo sin darse cuenta.
“¡Llama a una ambulancia”! –exclamó Pablo alarmado.
Lucía ya se disponía a avisar al equipo médico. Sin embargo algo atrajo mi atención. La puerta del piso comenzó a abrirse…
“¡Luna”! –exclamé.
Pablo se apresuró a cubrir el rostro de Pedro con su enorme abrigo.
“¡Pero…. Cómo? ¿Qué ha pasado? ¿Qué hacéis vosotros….?”
Hizo amago de acercarse al yaciente cuerpo de su pareja, pero unos brazos la tomaron por los codos haciéndola retroceder.
“¡No! –exclamó Pablo. No es un bonito espectáculo… y está muerto”
“¿De quien se trata! –gritó Luna y trató de apartarlo de un empujón.
Toqué suavemente el hombro de Pablo.
“Mejor que lo sepa cuanto antes…” –dije con la mayor tranquilidad de la que fui capaz.
El me miró y asintió.
Luna, ya más calmada, se acercó…. Y poco a poco retiró el abrigo que cubría el rostro del fallecido.